FRAGMENTO DE CIEN AÑOS DE
SOLEDAD
5 abril, 2016
Por Gabriel García Márquez
…haciendo algo que desde hacía mucho
tiempo deseaba que se pudiera hacer, pero que nunca se había imaginado que en
realidad se pudiera hacer, sin saber cómo lo estaba haciendo porque no sabía
dónde estaban los pies y dónde la cabeza; ni los pies de quién ni la cabeza de
quién, y sintiendo que no podía resistir más el rumor glacial de sus riñones y
el aire de sus tripas, y el miedo, y el ansia atolondrada de huir y al mismo
tiempo de quedarse para siempre en aquel silencio exasperado y aquella soledad
espantosa.
(…)
…Aureliano escapaba al alba y regresaba
a la madrugada siguiente, cada vez más excitado por la comprobación de que ella
no pasaba la aldaba. No había dejado de desearla un solo instante. La
encontraba en los oscuros dormitorios de los pueblos vencidos, sobre todo en
los más abyectos, y la materializaba en el tufo de la sangre seca en las vendas
de los heridos, en el pavor instantáneo del peligro de muerte, a toda hora y en
todas partes. Había huido de ella tratando de aniquilar su recuerdo no solo con
la distancia, sino con un encarnizamiento aturdido que sus compañeros de armas
calificaban de temeridad, pero mientras más revolcaba su imagen en el muladar
de la guerra, más la guerra se parecía a Amaranta.
(…)
– ¿Qué dice? -preguntó.
– Está muy triste -contestó Úrsula-
porque cree que te vas a morir.
– Dígale -sonrió el coronel- que uno no
se muere cuando debe, sino cuando puede.
(…)
Fue entonces cuando se le ocurrió que su
torpeza no era la primera victoria de la decrepitud y la oscuridad, sino una
falla del tiempo. Pensaba que antes, cuando Dios no hacía con los meses y los
años las mismas trampas que hacían los turcos al medir una yarda de percal, las
cosas eran diferentes. Ahora no solo crecían los niños más deprisa, sino que
hasta los sentimientos evolucionaban de otro modo.
(…)
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